El dogal dorado de Ucrania

Por:  Elsa Claro

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No se percatan de que hacen trabajo para    los de afuera. En medio está la gente que no tiene riquezas para    aumentar ni proteger y, con ellos, un futuro terriblemente amenazado  

Cuenta Esopo en una de sus fábulas, cómo un granjero, molesto por    pequeños daños de animales nocturnos en su sembrado, terminó    perdiéndolo, pues ató una antorcha a la cola de un zorro, que    espantado por el dolor, corrió incendiándolo todo. La enseñanza    alerta sobre excesos y se aplica al drama de Ucrania como uno de los    llevados hacia un perverso destino, colocando veneno donde son    necesarios atinados medicamentos.

El anuncio de que la portavoz del Departamento de Estado    norteamericano Victoria Nuland, vuelve a Kíev, mientras la Casa    Blanca alista un fardo de sanciones contra el convulsionado país,    es, entre numerosas señales, indicador de la preferencia a usar el    fuego y no las acciones sensatas. La Nuland anuncia las recetas para    satisfacer “las aspiraciones del pueblo de democracia, respeto a los    derechos humanos, integración europea y crecimiento económico”.

Atreverse a hablar en nombre de una población ajena es el colmo de    la prepotencia y la superficialidad. Sobre todo cuando, como ocurre,    en Ucrania hay grupos humanos con diferente visión de qué les    conviene. Mientras muchos ciudadanos de las regiones central y    occidental, idealizan las ventajas de asociarse a la UE, sin    encontrarle ni un mínimo defecto, en las zonas del este y sur (la    mayor y más poblada parte del país), pegadas a las fronteras rusas y    con descendientes de esa nacionalidad, predomina el deseo de    mantener los vínculos histórico-culturales y las ventajas que se    derivan de tener un socio comercial (40% de todas las ventas) tan    cercano y seguro.

Los criterios contrapuestos no se limitan a esas dos grandes    comunidades. Está apareciendo una ultraderecha que protagoniza los    excesos, desbordando pasiones y violencia, sin probarle el sabor a    un diálogo civilizado. Imponerse, capitalizar los malestares, ha    sido la carta de presentación para irrumpir en un escenario donde no    faltan otros actores.

Los bien organizados y agresivos iniciadores del lanzamiento de    bombas incendiarias y golpes a la policía, profesan un gran rechazo    hacia judíos y rusos, son homo y xenofóbicos, neonazis, en suma.    Pueden tener en Oleg Tiagnibok, jefe del partido Svoboda, un    delegado reconocido, parte de las 3 agrupaciones que a escala    interna y exterior son los rostros visibles de la revuelta. Los    otros dos están encabezadas por Arseni Yatseniuk, ex gobernador del    banco de Ucrania y partidario de las recetas fondomonetaristas que    aplica en la actualidad la Troika en Europa y se proponen introducir    en Ucrania si logran esa plaza. Por último, está el ex boxeador    Vitali Klishkó, (Alianza Democrática), magnate también de amplios    recursos y, se supone, favorito para los estándares occidentales,    que desplazan a la conflictiva ex premier Julia Timochenko, de su    predilección.

Con o sin, los oligarcas, esto es decisivo, son calificados como     “oposición”, pero cada uno rivaliza por lograr el poder, no para    emplearlo en beneficio de la sociedad, sino a partir de ambiciones    propias, a favor o en contra de castas y familias económicas. Tienen    un acento particular en los acontecimientos, al financiar o imponer    la tónica de un “no hay vuelta atrás” o un “todo o nada” dirigido    hacia metas individuales con alimento y asesoría externa, desde    donde aspiran a contar con un gobierno manejable y políticamente    endeudado.

La presencia de conocidas figuras norteamericanas y europeas    evidencian una intromisión sobrada que ninguno de ellos admitiría en    sus lugares de origen, pero la emplean en apoyo de ¿quién en    realidad?, sin medir las consecuencias. Hubo hasta disimuladas    amenazas:

“Una Ucrania soberana, independiente y estable, firmemente    comprometida con la democracia y el estado de derecho, es clave para    la seguridad euro atlántica”, dijo el secretario general de la OTAN,    Anders Fogh Rasmussen, como si Víctor Yanukovich, su gabinete y la    bancada parlamentaria con que cuentan, no fuesen tan capitalistas    como ellos y por igual, elegidos según los patrones que las naciones    poderosas consideran perfectos.

Conste: no considero ideal a Yanukovich y su entorno, ni me coloco    junto a una de las partes, pero tampoco concuerdo con la    parcializada visión que manejan en Europa y en EE. UU., satanizando    al irresoluto presidente o culpando a Rusia de presionar a Ucrania    para que girara el timón hacia Moscú.

¿Tienen razón? Los hechos dicen que la UE no le ofreció la membresía    con plenos derechos a los ucranianos. Solo una asociación comercial    con excesivas condicionantes y ventajas para Bruselas. Los 28    lograrían un mercado de 46 millones de consumidores y, encima,    compromisos y mayor cercanía para un codiciado ingreso a la OTAN,    que favorecerá el encierro militar que han forjado sobre la    Federación rusa en los últimos dos decenios.

La UE se negó a conciliar sus intereses comerciales con la propuesta    de Putin, para construir una unión aduanera que tiene ya 4 socios.    Según el Kremlin, no hay contradicciones entre la oferta de la UE y    lo presentado por ellos en materia comercial. Podían conciliarse los    dos acuerdos. Pero mantener a distancia o controlar a Moscú, tiene    mejor nido en los objetivos occidentales. Por eso fracasó, de nuevo,    la mini-cumbre reciente entre los dos bloques. Ucrania apareció en    la agenda Rusia-UE, para aumentar discrepancias.

 En lo concreto, en antagonismo con el cojo compromiso de la Europa    comunitaria, Rusia respondió a los apuros económicos ucranianos con    un préstamo de 15 mil millones de euros, pagaderos en plazos cómodos    y bajos intereses, una sustancial rebaja de los precios del gas y    otros beneficios destinados a resolver sin traumas la crisis que    aqueja a sus vecinos.

En sentido inverso, la Unión Europea, solo brinda al gobierno de    Víctor Yanukovich un insuficiente ingreso que, además, deberían    destinar, por fuerza, a una reconversión industrial que adecuara las    empresas ucranianas a las reglas y fórmulas del pacto comunitario    todo lo cual traería quiebras empresariales, aumento del desempleo y    mayor empobrecimiento ciudadano.

En lo que a Rusia respecta, el objetivo no declarado es reducir la    preeminencia ganada en su crecimiento y en el ámbito de las    decisiones internacionales. El imperio no perdona y Moscú los ha    hecho recular sobre varios malos pasos, con tanto tino, que forzó a    Washington a desandar perturbados propósitos.
Por supuesto que el Kremlin tiene sus propios intereses. Ante todo,    el geoestratégico, pues poner en riesgo su flota en Crimea o    permitir que rematen el perímetro marcado en sus proximidades, sería    un yerro militar esperpéntico. La mayor parte de los oleo y    gasoductos de Moscú cruzan sobre territorio ucraniano. Perder el    relativo control sobre ellos tampoco sería un chiste.

Si no se hace algo equilibrado e inteligente, pudiera sobrevenir una    fragmentación territorial y hasta un fiasco para quienes desde sus    ambiciones, creen que ocupando el sitio de quien quieren desplazar,    tendrán todo el control. No se percatan de que hacen trabajo para    los de afuera. En medio está la gente que no tiene riquezas para    aumentar ni proteger y, con ellos, un futuro terriblemente amenazado    y tanto, que los altos mandos del ejército le pidieron a Yanukovich    acciones inmediatas para evitar una guerra civil u otros desastres.    ¿Estarán a tiempo?

Autor: Raúl Antonio Capote

El adversario cubano, comprometido con la verdad, la justicia y mi Patria Grande.

16 opiniones en “El dogal dorado de Ucrania”

  1. Terrible lo que se cierne sobre Ucrania. estudié en Crimea y sufro mucho con todo lo que he sabido de Ucrania, donde los líderes neo fascistas han captado a jóvenes y casi niños, según me acaba de relatar una amiga de allá cuyos padres viven en Crimea. Lenin se revolvería en su tumba si tan siquiera se imaginase lo que hoy ocurre en una de las tres mayores repúblicas con que contaba la URSS.

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